¿Merecía Vargas Llosa el Premio Nobel de literatura?
Para la derecha y su prensa, sí, con estruendosa algarabía y fanfarria. Para el jurado calificador de la Academia Sueca, cuyo modo de pensar político no difiere mucho de aquélla, por supuesto que sí también. Según el testamento de Alfred Nobel, este premio ha de conferirse “a la persona que haya producido la obra más sobresaliente de tendencia idealista dentro del campo de la literatura”. El juicio de los demás es necesariamente subjetivo y podría basarse en los siguientes razonamientos: tengo la misma ideología que ese novelista, por consiguiente apruebo el Premio Nobel para él; los más grandes medios de comunicación dicen que es el más importante novelista actual de habla española (debieron decir castellana, pero importa poco para ellos este desliz), luego estoy de acuerdo; los críticos literarios de los periódicos y revistas de gran circulación lo califican como un extraordinario novelista, y no pueden equivocarse; no he leido casi nada de ese novelista o no he comprendido la novela que leí de él, pero como todos dicen que es maravilloso, yo me adhiero a ese parecer. El juicio soi disant sincero y entendido de unos pocos no tiene cabida en este maremagnum apabullante.
En suma, hay una línea directriz en la opinión general difundida desde los centros de control ideológico de la economía, la política y la cultura: el Premio Nobel tenía que ir a un escritor que es ahora al mismo tiempo un emblemático y furioso apologista del liberalismo económico y confaloniero de la cruzada contra los gobiernos nacionalistas, populares y, sobre todo, críticos del capitalismo. Parodiando la expresión del Secretario de Estado de Franklin D. Roosevelt, Cordell Hull, refiriéndose a Anastasio Somoza, cuando éste fue a Washington en 1939, los directores del liberalismo mundial, los Think Tanks, podrían decir: “Vargas Llosa será un rabioso liberal, pero es nuestro rabioso liberal”.
La historia de los premios Nobel de literatura demuestra que el criterio para adjudicarlo se ha apartado en muy pocos casos de su inclinación tradicional, exacerbada por la Guerra Fría. De ciento ocho premios acordados desde 1901 hasta 2010, sólo seis correspondieron a escritores de extraordinario talento y críticos en cierta medida del sistema capitalista. Fueron Romain Rolland, 1915; George Bernard Shaw, 1925; Sinclair Lewis, 1930; John Steinbeck (el de las Uvas de la ira) 1962; Jean-Paul Sartre (que se negó a recibirlo), 1964; Miguel Angel Asturias, 1967; y José Saramago, 1998.
La mayor parte de los demás novelistas premiados no ha trascendido. Contrariamente, hubo importantes novelistas por su espléndida prosa, mensaje social crítico o ejemplaridad, a quienes jamás la Academia Sueca atribuyó alguna opción, como León Tolstoy, Emile Zola, Marcel Proust, Henry James, James Joyse, Franz Kafka, David Herbert Lawrence, Dashiell Hammet, Howard Fast, Roger Vailland, André Malraux, Ciro Alegría y Jorge Amado.
En comparación con muchos otros novelistas galardonados con el Premio Nobel, Mario Vargas Llosa posee méritos de sobra para recibirlo. Es también uno de los más relevantes novelistas actuales de habla castellana a la que, al parecer, le tocaba ya el turno este año. (Camilo José Cela lo obtuvo en 1989 y Octavio Paz, quien fue poeta y ensayista, en 1990).
Mario Vargas Llosa se entregó desde muy joven al aprendizaje de las técnicas narrativas con una pasión de fundamentalista y una constancia de artesano medioeval, y le dio resultado.
La ciudad y los perros (1962) es ya una excelente novela desde el punto de vista técnico, aunque su fondo sea falaz y su mensaje de una amarga protesta contra el autoritarismo militar que disfrazaba su rebeldía contra la autoridad de su padre quien recién se acordó de él cuando tenía diez años.
La novela más lograda de Vargas Llosa parecería ser La Casa Verde (1966), madura, bien construída y de un estilo diáfano.
En Conversación en La Catedral (1969), Vargas Llosa se mete de lleno en la novela experimental y juega con la yuxtaposición de escenas de espacios y tiempos distintos en un mismo párrafo. Sus técnicas aquí se han perfeccionado. Pero su visión es la de un burgués limeño blanco, personificado por Zavalita, quien no puede ocultar su aversión por sus compañeros de estudios de la Universidad de San Marcos, mestizos, provincianos, rebeldes y, para él ilusos, y se dedica a observar la vida y andanzas de su familia, que con otras tanto o más ricas hacen la política peruana, comentándola años después, cuando sus padres han perdido su fortuna y él tiene que trabajar en un periódico, con el chofer moreno de su padre en un bar de mala muerte llamado La Catedral. El mensaje sigue siendo pesimista. No hay salvación para la realidad a la que el protagonista pertenece, apostrofada desde la primera página. “¿En qué momento se había jodido el Perú. […] Él era como el Perú. Zavalita se había jodido en algún momento. […] Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: No hay solución.” Vargas Llosa (Zavalita) no tiene más camino que irse al extranjero, se instala en Paris y se salva. Veinte años después retorna al Perú, como candidato a la Presidencia de la República y adalid del neoliberalismo, a salvarlo. Pero las mayorías mestizas e indias le dan la espalda. Su cólera se vuelca, entonces, en su novela Lituma en los Andes (1993) en la que los pobladores de un apartado rincón de la Sierra se banquetean con carne humana en orgías secretas.
Lo que viene después de Conversación en La Catedral le sale porque tiene que escribir, con un manejo más fácil de las técnicas narrativas y cierta ironía en algunas de sus obras. La Fiesta del Chivo (2000) aspira a ser la gran novela crítica de Latinoamérica. Describe bien la podredumbre de esa dictadura, pero calla discretamente que la muerte del Chivo fue un operativo de la CIA. Vargas Llosa, peruano, tiene que buscar otra realidad, no la de su país, cuyas familias plutocráticas controlan los engranajes del poder político, explotan a las grandes mayorías sociales, crean también dictadores cuando los necesitan y discurren con naturalidad en la ciénaga de la corrupción. Sería para él, liberal, un acto contra natura retratarlas en una novela.
No hay una escuela literaria inaugurada por Vargas Llosa, y no tiene, en consecuencia, seguidores, sino admiradores. Los periódicos le dedican páginas enteras. Varias universidades lo han hecho doctor honoris causa. En Lima y Arequipa hay salas y locales que llevan su nombre. Después de todo es un gran honor para un país en vías de desarrollo cultural, como el Perú, contar con un premio Nobel aunque, como Mario Vargas Llosa lo dijera alguna vez, nació en el Perú por accidente.
Jorge Rendón Vásquez